martes, 1 de noviembre de 2016

Una historia cotidiana, Arturo Castrejón.

A la hora de dormir, como todas las noches, mamá me contaba un cuento.
—“Entonces el murcielaguito Huey Cabooby fue abofeteado por la vaca Holstein que acababa de morder...”
—Mamá, ese cuento me aburre.
—Bueno Laurie, cariño, ¿qué historia te gustaría escuchar esta vez?
—La del simpático hombre de Transilvania.
—No, no, tu tío Vlad Tepes ya está fastidiado de ser una fábula viviente. Tú sabes como sufre el pobre, no puede salir de su castillo, porque inmediatamente brincan los paparazzi de entre los arbustos para retratarlo y solicitarle entrevistas en vivo. No podemos nosotros, los de su propia familia, propiciarle un disgusto.  
—Pero mamá, tú siempre dices que debo conocer bien la genealogía familiar.
—Si eso quieres, voy a llamar a tu abuelita Mary para que platiques con ella un ratito.
—No mamá, no es necesario.
Mamá pareció no escucharme y salió de la habitación convocando a la abuela. Yo no quería verla, mucho menos conversar con ella, porque desde hace siglos sufre de insomnio y le encanta hablar. Es muy aburrida y con frecuencia pierde la noción del tiempo.  Baste saber lo que le pasó al abuelo el día que le preguntó la fecha de su aniversario nupcial. En esa ocasión, ella aprovechó para hacer un detallado resumen de los cinco siglos transcurridos juntos. Papá Franz, como un buen caballero inglés, no se atrevió a interrumpirla. Hasta la fecha no sabemos si el abuelo murió de aburrimiento o de inanición. Antes de poder esconderme en el clóset escuché la voz cavernosa de la anciana.
—Buenas noches, Laurie.
—Buenas noches, abuelita.
—Que bueno que tienes ganas de platicar, le he contado a tu mamá que hoy he recordado cosas graciosísimas. ¿Recuerdas esa noche en que brotó tu primer colmillito?
—Esa historia me la has contado como ochenta y cuatro veces.
—No importa. Me sé muchas otras historias. ¿Ya te platiqué del día en que tu mamá desenterró solita a un muerto?
—Sí, por supuesto que sí.
—Seguramente no sabes la anécdota del señor pasado de copas que me dedicó una bebida, poco antes de que lo incorporara a mi coctel...
—Sí, ya sé todo lo ocurrido con el Bloody Mary.
—Entonces, tendré que remontarme más al pasado. Voy a hablarte de un pretendiente que tuve cuando yo era muy joven. Nosferatu era simpático, y aquí entre nos, hasta buen mozo, lástima que siempre se manifestara tan glotón.  Sólo se le ocurría invitarme a cenar. Nunca me invitaba a nada más. Por eso, si algún día me sales con un Nosferatu, recuerda lo que te he dicho. Mientras beba sangre todo estará bien, pero si falta su bebida predilecta, él se pondrá pálido y de mal humor. Nadie puede sostener una relación normal con un Nosferatu.
Abuelita siguió hablando de los temas más diversos. Me dio recetas de cocina. Me aleccionó en el arte de conseguir pareja y citó la importancia de no relacionarse con nadie que prefiera dormir en la tierra de su tumba original. “Son tipos muy inseguros”, dijo la abuela.
—Mira lo que le pasó a tu prima Langsuir, la pobrecita tiene que trabajar, porque nunca encontró a un buen demonio que la hiciera feliz. Ahora vive en una iglesia derruida y sólo sala para chupar la sangre de los niños que se alejan de la aldea cercana. ¿Ya te dormiste? Creo que estás cansada, ya me voy, además falta poco para el amanecer. Ojalá sueñes que te entierran viva.
—Usted también.
—Descansa en paz.
—Igualmente.
Se fue antes de que me atreviera a romperle el cuello. Es una lástima, porque ya no tengo sueño. ¿Qué haré para entretenerme?, tal vez salga a dar una vuelta por el parque, pero o tengo hambre. Debiera buscar al abuelo Franz. No, no soporto su silencio. ¡Ya sé!, voy a jugar con Susanita. Ella no era precisamente mi amiga, acostumbraba ofenderme. Me llamaba “injerto de vampiro”, “colmillitos” y otras cosas menos agradables. Durante mucho tiempo la ignoré, porque mamá siempre me ha dicho que no es bueno pelearse con los conocidos, sin embargo no puedo hacer otra cosa, el día en que Susana Windcox me encontró en el salón de clases merendándome a mi exmaestra de gramática, la señorita Highgrove. La estúpida armó tal escándalo que no tuve más remedió que hincarle el colmillo también. La hubiera dejado en la escuela, pero me dio lástima verla tan muerta, por eso la traje hasta mi casa. Lo malo es que no me dejan tener cadáveres en mi habitación, aunque escondida debajo del ataúd de mi abuelo ha pasado inadvertida y la saco a hurtadillas cada vez que quiero que juegue conmigo. Ahora nos llevamos muy bien.
El único inconveniente es que tiene una mueca que me desagrada. No he logrado quitársela a pesar de haber probado varios cosméticos en lo que queda de su rostro. Bah, suena aburrido. No me fastidio con frecuencia, casi siempre sé como pasarla bien. ¡Hay tanto que hacer en mi casa!, bueno, también hay otras cosas que me gustan. Me fascinan las excursiones de las girl scouts por los bosques cercanos a mi casa, adoro las clases de francés y tocar el saxofón. Lo único que no me gusta es la escuela. Allá me aburro porque casi no tengo con quien hablar, aunque me frecuente tanto el tarado de Tommy Higgins, quien dice estar enamorado de mí. Ja, ja , mejor me voy a dormir, porque se me ocurre una idea. Mañana invitaré a Tommy a jugar conmigo y Susanita. Es un idiota muy feo, pero se ve saludable. Quizá lo tonto no le quité lo apetecible.
Buenas noches.      
          

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